19/6/24

Rebeca

Comprendía que había creído que si yo callaba era por cansancio; y no se le había ocurrido pensar que tenía miedo a la llegada a Manderley, a pesar de haberlo deseado tanto. Ahora, cuando había llegado el momento, hubiera querido retrasarlo. Hubiera querido que parásemos en un hotel cualquiera del camino y haber entrado en él, para calentarnos junto a una chimenea anónima. Hubiera querido ser un viajero cualquiera, una recién casada enamorada de su marido, pero no, era la mujer de Maxim de Winter, que llegaba a Manderley por primera vez. 

Pag 82, Debolsillo

14/6/24

Las praderas del cielo

Se despertó la mañana de un sábado de diciembre y encontró escarcha en la hierba y un resplandeciente sol en el cielo. Después del desayuno se puso su falda de pana y sus botas de monte y salió de la casa. En el patio trató de persuadir a los perros para que la acompañaran, pero ellos se limitaron a sacudir las colas, y volvieron a dormir al sol. 
La finca de Maltby estaba situada a una distancia de tres kilómetros en el pequeño desfiladero denominado Gato Amarillo. Un arroyo corría a lo largo del camino, donde crecían exuberantemente helechos bajo los alisos. Hacía fresco en el desfiladero, pues el sol no había ascendido aún sobre la montaña. Una vez, durante la marcha, la señorita Morgan creyó oír pisadas y voces, pero cuando se apresuró a doblar la curva, nadie se hallaba a la vista. Sin embargo, la maleza junto al camino crujía misteriosamente.

Pag 113, Ediciones del viento

11/6/24

Mientras agonizo

Le dije a Addie que no era ninguna bicoca vivir junto a un camino como éste, y ella, como mujer que es, dijo: «Pues ponte en marcha y vete a otra parte, entonces». Y yo le dije que no era ninguna buena suerte, porque el Señor puso los caminos para viajar: ¿no los ha hecho todos planos y extendidos en la tierra? Cuando quiere que algo esté siempre en movimiento, lo hace alargado, como un camino o un caballo o una carreta, pero cuando quiere que algo esté quieto, en su sitio, lo hace de arriba abajo, como un árbol o un hombre. Así que Él nunca quiso que la gente viviera en los caminos, porque ¿qué es lo que está en un sitio antes, el camino o la casa? ¿Es que alguna vez ha puesto un camino al lado de una casa?, pregunto yo. 

Pag 40, 50 Anagrama

3/6/24

La jungla de asfalto


De repente le cruzó por la cabeza un pensamiento demoledor. ¡Qué idiota había sido! ¿Por qué no colocar las joyas él, y no solo colocarlas, sino desaparecer con ellas? ¿Por qué se había echado atrás?
¿Aprendería alguna vez a seguir sus impulsos? Siempre acertaba. Siempre. ¿Por qué acobardarse? Estaba al borde del abismo y su situación en ese momento solo podía terminar en desastre, en la tragedia de los pusilánimes: la bancarrota. Era la clase de desgracia de los blandos. ¿Por qué no afrontar un verdadero desastre, la muerte misma? El había sido siempre un jugador, ¿por qué no jugar la última partida?

Pag 54, Serie negra Rba bolsillo

1/6/24

Laura

Veinticuatro horas antes, un agente de policía cínico pero nada grosero había entrado en mi comedor con la noticia de que habían descubierto el cadáver de Laura en su apartamento. No había probado bocado desde aquel momento, cuando el sargento Schultz había interrumpido un pacífico desayuno con la noticia de que Laura Hunt, después de no haber acudido a la cena conmigo, había sido asesinada con un arma de fuego. Ahora, en un intento de devolverme el maltrecho apetito, Roberto había preparado un estofado de riñones y setas al claret. Mientras comíamos, Mark describió la escena que se había producido en la morgue, donde el cadáver de Laura había sido identificado por Bessie, su doncella y su tía, Susan Treadwell.
A pesar del profundo sufrimiento, no pude evitar disfrutar del contraste entre el aprecio de aquel joven por la comida y lo morboso de su conversación.

Pag 18, Alianza 

27/5/24

Un ciego con una pistola

El reguero de sangre daba la vuelta a la calzada por una callejuela que salía de un edificio situado al otro lado de la casa de alquiler; en una ventana, un letrero anunciaba: «Apartamento con Kitchenette. Muy cómodos». Y un poco más lejos se veía derruido el apartamento de ladrillos rojos. La callejuela era tan estrecha que tuvieron que avanzar en fila india. El sargento había cogido el reflector de las manos de Joe, el conductor, y se abría camino. El pavimento estaba en declive, casi se cayó. A mitad de camino encontró una puerta de madera verde. Antes de tocarla, iluminó los costados de los edificios contiguos. 

Pag 97, Rba bolsillo

26/5/24

¿Acaso no matan a los caballos? (Danzad, danzad, malditos)

Algunos concursantes veteranos nos informaron de que el procedimiento para ganar en un concurso de estos era perfeccionar un sistema para aquellos diez minutos de descanso: aprender a comer un bocadillo mientras te afeitabas, leer el periódico en pleno baile, e ingeniarse para dormir sobre el hombro de la pareja; pero todo esto eran ardides de la profesión, y requerían práctica. Al principio todo fueron dificultades para Gloria y para mí.

Pag 17, Bestsellers Serie negra, Planeta

25/5/24

Calle de los maleficios. Crónica secreta de París

En un tugurio con música, ahora cerrado, cerca de la Contrescarpe, Frébel canta para los amigos. Hay que atravesar el largo pasillo y dar cuatro golpes, tres secos y uno más tímido, para que la puerta gruesa y chata se entreabra.

Allí, de pie, está una enorme mujer con la cara deformada por la mala vida, con un delantal negro de vendedora callejera, y ambas manos gordas e inútiles sobre el vientre. Canta Chanson tendre y La Vieille Maison con una voz resquebrajada, ya sin timbre. 

Pag 48, Sajalín

23/5/24

Una luz para el anochecer

El indio con quien se había casado había nacido en la reserva de Oldtown. Howard le veía frecuentemente en el verano, los dos o tres años pasados, cuando cruzaba la ciudad en su automóvil dirigiéndose a Warsaw Lakes o a Boston a pasar el fin de semana. Se llamaba Roger Western. Howard creía que todos los indios se llamaban John, porque todos los que conocía tenían ese nombre. La mayoría de los indios que conocía tejían cestos de juncos durante el invierno y los vendían de puerta en puerta durante el verano. Pero Roger Western no era un indio así, como Howard descubrió muy pronto. Era profesor de una universidad de Chio, y tenía un título de doctor en filosofía.

Pag 64, G.P, Libro Plaza
 

21/5/24

Alfred y Ginebra

Primero tomamos de desayuno las salchichas pequeñas que me gustan tanto y nos fuimos a la iglesia como todos los domingos. Hasta ahí, todo bien. Pero luego, mientras volvíamos a casa, Alfred dijo que yo solo había echado diez centavos en la colecta, y no una moneda de veinticinco. Dijo que se dio cuenta al oírla caer a la bolsa, pero eso es mentira, no lo puede distinguir. A mí me parece que diez centavos es bastante para una niña que tiene una paga tan pequeña, así que yo tenía derecho a decir que había dado veinticinco porque Alfred solo estaba suponiéndolo. Y suponer cosas es lo mismo que mentir. 

Pag 89, Pre-textos